Señal subliminal: Por Melissa Lozada
Me recuerdo ese verano sentada en mi escalera contigo, riendo, mirándote comer marciano, sonrojándome cuando me preguntabas si quería ser tu novia, limpiando la lúcuma en tus mejillas. Recuerdo la medianoche, tus zapatillas, tú corriendo hacia una última combi, yo haciéndote adiós tímidamente, tu sonrisa que se aleja a través de una ventana, tus labios moviéndose. Yo entrando a mi casa, callada, pensando ¿dijo te amo?
Recuerdo el ruido que hacía la puerta de tu casa cuando la abrías, la sonrisa más bonita del mundo, yo afuera, comiendo papitas, callada, sonriendo también.
Tu mano en la mía llevándome a tu cuarto, tus discos, tu ropa en el suelo, tus papeles.
Tus preguntas, la forma en que me ponías el pelo detrás de la oreja y esperabas la respuesta que nunca llegaba. La pregunta insistiendo. ¿Quieres?. Mi timidez.
El teléfono sonando al medio día, tu voz media hora, una hora, dos horas, el sonido de la llamada que se corta, el fin de tus minutos para hablar. La ternura.
La conversación en el parque, las botellas de sangría, tu casa, la chata de ron, mi mirada perdida, tu mano llevando la mía, una cama desconocida, tú, tu cuerpo, tu cara, yo amando, besando, diciendo te amo, sonriendo, repitiendo tu nombre.
El sol, la mañana, la respuesta.
Marzo, abril, mayo, junio, julio, las salidas, el viento, las tardes, la risa, los animales, los parques, los almuerzos, la cama, la tele, mi mochila, las canciones.
Agosto, Septiembre, Octubre. Dos años.
Las mentiras, tus cartas, tus mails, tus citas, tus fines de semana sin mí, las llamadas, Ana Violeta.
Claudia, Sofía, Marisol.
Recuerdo la lluvia más fría del mundo, yo corriendo, tu detrás. Tu sonrisa cínica, tu silueta alejándose, tu voz negando todo, gritándome “loca”, yo parada en la mitad de la calle, las lagrimas, algo que duele, que asfixia, la sal.
La nada. Este cuerpo que no es mío y que no pesa nada, que flota, que ha despertado de un coma largo y ya no sabe cómo hablar ni cómo comer. El filo de los cuchillos. El tiempo.
Aún recuerdo la sonrisa más linda del mundo y al chico más lindo del mundo un verano. Me recuerdo impaciente esperando la combi que lo traía a mí, el olor del mediodía.
Y a pesar de los años y la gente que siguió, no sé por qué hasta hoy no he podido volver a comer marcianos de lúcuma. No entiendo por qué si “todo se olvida” y en estos 4 años se me han olvidado tantas cosas, aún no se me olvida que una vez estuve en una casa grande que olía a ají de gallina, que estuve ebria, enamorada y fui muy feliz.