Una dosis más

por Libertad Periodística

Onirismos: Juan Carlos Ynuma

… Pasar noches enteras fumando, tomando, aspirando de todo, era algo que se daba si o sí cada fin de semana. Era lógico que algún día mi cuerpo tenía que responder a tal abuso, pero éste siempre era acallado por las falsas mascaras de energía, valor, alegría, todo lo que me hacía resistir hasta el amanecer, por lo general terminaba desmayado en medio de un muladar de cuerpos semidesnudos, o en el suelo de alguna casa que con grandes esfuerzos de memoria descubría que pertenecía al amigo, del amigo, del amigo, de algún conocido mío. Tenía la colilla entre los dedos, un par de centímetros faltaban consumirse, como había quedado inmóvil como un maniquí sonriente césar me lo arranchó. Esa vez mi cuerpo respondió como debía responder, sin dejarse cubrir por ninguna máscara, quiso que lo escuchen, luchó por lograrlo, cuando lo consiguió yo ya no pude regresar, estaba fuera, había muerto.

Ocurrió al sexto cigarrillo, que ironía que ese aya sido el que más disfruté, porque me hizo recostar en la pared cargado de relajo, mis ojos veían hondas transparentes de tenues colores hipnotizándome, César estaba al frente haciendo no se que, mi visión distorsionada no lo podía definir, veía su silueta borrosa también recostada en la pared, su cara me miraba, de repente me estaba diciendo algo, quizá lo que siempre solía decir, ¿Qué tal el viaje Dani? Yo estoy en otras Brother… luego lo pude escuchar, no me decía eso, sino repetía mi nombre una y otra vez, pronto me di cuenta que subía el volumen de su voz, ahora lo gritaba acercándose, ¡Daniel, Daniel! ¡Puta madre! ¡Daniel! El tacto de sus manos apretando mis mejillas desesperado porque reaccione, es el último recuerdo de cuando aún pertenecía a mi cuerpo. Porque después tras una punzante sensación de frío, se partió en dos la realidad, luego me escuche gritar con pánico mientras algo me tragaba y creó que yo me negaba a ceder, claro que fue en vano, pues luego me encontraba donde estoy ahora, en el vacío. Todo lo que veo sin necesidad de mis ojos parece insensible a mi extraña presencia, aunque todo emite sonido y despide débiles halos de luz, no puedo palpar nada y nada me palpa a mi, existo y no a la vez. No se si debería hablar de minutos o segundos, quizá eso ya no tenga sentido aquí, nomás sé que luego de un momento el remolino etéreo a mi alrededor se disipó. Ante mi estaba la espalda de César, rogaba por encontrarme algún signo de vida, aún guardaba esperanzas, fue grande el susto que se llevó cuando vio salir por mis fosas dos filas de espesa sangre oscura, comprendió que lo que tocaba era un cadáver. Lo vi soltarme como si no resistiese el hielo de mi piel, no soportaba ni siquiera mirarme, se alejaba de costado con la cabeza agachada, su miedo me afectaba, lo percibía como parte del espacio flotando invisible igual que yo. Se arrimó hacia la esquina donde encogió sus extremidades igual a un niño temeroso, no supe más que pasó ahí.

La misma fuerza que me alejó del cuerpo volvió a absorberme, esta vez con menos violencia, permitiéndome pasear por los nebulosos sitios donde me hacía aparecer, no eran sino lugares familiares, algunos muy rebuscados o perdidos, al verlos reaparecían ante mi muchísimos recuerdos, muchísimos detalles, el pasado y el presente se revolvían. Veía desde arriba una a una a las mujeres con quienes tuve aventuras, me comprometí, también las que me gustaron y nunca tuve el valor de conocer, dormían, soñaban, fue ahí que me di cuenta que solo las personas con quienes compartí momentos en vida me sentían quizá como alguna brisa inexplicable cuando en mi se encendía un fuerte deseo por estar a su lado. Al aparecer sobre mi madre ésta se despertó de un salto, prendió las luces, revisó los cuartos, se apretaba el corazón de tanta angustia, me mantuve cerca de ella observando la preocupación pasmada en su rostro, su miraba oscilaba entre el reloj y la puerta, después se vistió decidida a buscarme. Con tristeza di un paseo por los pasadizos de mi casa, por mi habitación donde en mi presencia los objetos que más solía usar reaccionaban con ligeros temblores, suficientes para alarmar a mi padre, mis tíos que vinieron de visita, mi hermana, todos percibiéndome gracias a algún nexo espiritual que interpretaban con temor.

Durante el recorrido por los paraderos de mi vida descubrí que iba en retroceso, lo que tenía no podía llamarse memoria, era algo más amplio, más capaz, registraba cada instante de mi existencia, pronto me entendía más y me quería menos, al culminar el viaje, era un manojo de experiencias frustrantes, de conocimiento, de amargura.
Que terrible, la vida fuera del cuerpo aunque diferente era la misma, me encuentro flotando ante mis recuerdos, y en ningún momento ceso de sentirme incompleto. Pienso que este es el infierno, mi infierno, hay momentos en los que caigo en algo parecido al sueño humano donde me siento tranquilo con la sensación de que se abriera un camino nuevo hacia un lugar pacífico, en ese instante escucho el llanto de mi madre, sus reproches, sus lamentos, es como despertar, vuelvo a encontrarme en este espacio incierto, lleno de voces, reflejos, destellos, penumbras, reaparecen en mi necesidades de la carne imposibles de saciar, hambre, sed, además cuanto desearía tener manos, pulmones, encéfalo, para hacer posible experimentar un momento la sensación de escape que solo otorga la administración de una dosis más…

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